Huapalcalco, el bracero ceremonial y el día de muertos
Está de moda,
afortunadamente, hablar de comunidad, y para quienes somos herederos (al menos
en parte) del pensamiento Mesoamericano, tenemos las de ganar; siempre y cuando
pongamos interés por reconocer aquello que somos en lo profundo y no solo las
distorsiones superficiales de la posmodernidad. En aquello diverso que es
Mesoamérica, en aquello ancestral, remoto hasta la edad de piedra y más atrás,
en este territorio compartido que hoy llamamos México y que yo nombraré
Huapalcalco porque es donde me toca hablar, se consideró lo comunitario como eje
esencial de la vida, porque gracias a eso el ser humano como cultura abandonó
el cerro de origen y la oscuridad y el olvido del tiempo y tomó presencia en
este espacio-tiempo. El pensamiento Mesoamericano considera lo diverso y lo
comunitario como complementos generadores, y en un montón de prácticas
culturales que han sobrevivido hasta nuestros días permanece ese pensamiento.
Cualquier día,
por el motivo que sea, estaba caminando por un sendero que había sido excavado
para construir en su lugar, un bulevar llamado la “Morena” (publicidad no
pagada XD). Iba un tanto indignado, porque para nadie era un secreto que ese
espacio tendría muchísimo material arqueológico, y que, con cada cuchareada del
trascabo, cientos y hasta miles de años de historia del territorio eran
condenados al olvido (la condena de no saber quienes somos es para nosotros),
pero claro, es más importante el asfalto para los vehículos importados y las
“vías rápidas” adecuadas a la flamante idea contemporánea del progreso. En fin,
caminaba molesto pero atento, porque sabía que el rumbo es ‘delicado’ y que el
Gran Misterio tiene debilidad por esos lugares. Con la simpleza de lo
espontaneo un llamamiento me hizo acercarme a un corte de tierra a los pies de
un tepozán (donde crece un árbol siempre es buen azar) y ahí vi, en la pared de
tierra, dos o tres centímetros del perfil de un tepalcate, hallazgo bastante
común para quienes recorremos cotidianamente territorios de origen. Pero ese
día cualquiera, por el motivo que sea, esos tres centímetros de cotidianidad
llamaron mi atención y me acerqué a desencajarlos de la tierra.
En este tiempo de
lo virtual hay tanto que se pone en cuestión respecto a las formas en que nosotros
como individuos inscritos en colectividades vemos al mundo, y, sin embargo, por
motivos profundos o profanos, hay prácticas culturales (necesariamente
identitarias) que se revitalizan. Es el caso de las celebraciones de (los)
día(s) de muertos. Hay mucha diversidad en las formas de entender y
experimentar esta celebración, pero sin lugar a dudas, nos invita a pensar en
los ancestros, inmediatos o pretéritos, todos vinculados en una espiral de
tiempo que confluye en estos días. A mí me gusta pensar que en el fondo de esta
festividad está la visión de lo comunitario. La comunidad está conformada por
una multitud estratosférica de sujetos, corpóreos e incorpóreos, que en el
juego de la colectividad son trascendentes, vivos y muertos, no seriamos lo que
somos, sin esa gran suma de energías, de enseñanzas, de memorias, de saberes,
de tecnologías, etcétera, estos días nos hacen recordar que el individuo es
finito, pero la colectividad es ancestral. De esta visión remasterizada, percibo
ecos Mesoamericanos (claro está, revestida la tradición, de sincretismos).
De esos tres
centímetros de cotidianidad arqueológica, surgieron fragmentos de varias
vasijas café obscuro bruñidas, un mango de sahumador, huesos de diversos
animales (venados, felinos, aves) y como agente principal tres fragmentos de un
bracero de cerámica ceremonial; en la parte baja, rodeado por caracoles rojos; al
frente se distingue parcialmente un ser animalado con las fauces abiertas de
las que emerge un rostro humano; y al costado una figura de perfil con un pico
en forma de vírgula, un ojo con pronunciada ceja, lengua serpentina, una
especie de G invertida, un cartucho en el medio con algo que se antoja una
inscripción y rematada con tres plumas azules (en casa nos gusta llamarle: prototipo
de Quetzalcoatl) ¿Qué pensamiento está representado en ese ícono? No estoy seguro
si algún día lo sabré, pero estoy seguro que fue hecho por un ancestro mío
(de todos aquellos que lean esto), un huapalcalca de la antigüedad cuyo nombre se
ha olvidado, pero un fragmento suyo está hoy dispuesto en mi altar de día de
muertos. Es una forma sencilla de reconocer que sigue formado parte de esta comunidad
ancestral; a pesar de los cientos (acaso) miles de años que separan su visión
del mundo de la mía, algo aún permanece vinculándonos. Si es que su espíritu es
convocado al altar, hallará tabaco, cacao y maíz, y sabrá entonces que, de este
lado de la espiral, aún se estilan esos enseres.
Después del
asombro que constituyó encontrar aquellos fragmentos, notificamos al INAH sobre el hallazgo, y lo pertinente de intervenir en la creación del bulevar, pero para
ellos qué más da, al fin y al cabo, trozos de cerámica de las culturas
precolombinas son la cotidianidad hecha decidida.
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