Un monte sagrado, una montaña de origen, un cerro con personalidad
Los guardianes de Huapalcalco - Victoria Akino y Alejandro Nahual |
Al paso de los años he vivido en Huapalcalco un sinnúmero de experiencias inscritas en mi memoria que me llevan a pensar en cómo es que habitamos los espacios simbólicos en México; en este país de contrastes, de ancestralidad, de posmodernidad, de familia, de ciudad, de ser diversos. Considero que los sentimientos profundos que tengo para con el lugar, responden a esa posibilidad que he tenido de habitarlo. La dinámica actual, invita por principio, a delimitar fronteras de lo que es el sitio arqueológico Huapalcalco y lo que no; claro que, para el mundo de las instituciones, y las leyes de los estados-nación son necesarios los limites o las delimitaciones. Sin embargo, como habitante de este territorio, desde la memoria y el sentir, los límites son neblinosos, imprecisos, innecesarios; percibo con más legitimidad, los límites que el tiempo impone, a mi memoria, por ejemplo, a la memoria colectiva para seguir y aquello que la profundidad del olvido no ha conseguido aún arrebatarle al asombro.
Tal vez el enfoque que más ha transformado mi
forma de mirar a Huapalcalco, fue cuando verídicamente me permití aceptar el Animismo. Si bien desde primaria nos enseñan que los seres vivos son aquellos
que nacen, crecen, se reproducen y mueren, existe la posibilidad filosófica de
reconocer que hay algo vital en otros elementos. En el pensamiento
mesoamericano, los montes son seres complejos, individuales (por supuesto
colectivos). Recuerdo, por ejemplo, hace algunos años mi madre solicitó a
una pareja de Badis (curanderos de lo trascendental) de Santa Ana Hueytlalpan,
hacer una Petición de Lluvias en Huapalcalco, a lo que los abuelitos respondieron,
que lo primerio sería preguntarle al cerro su nombre y qué tipo de ofrendas
demandaría; “Huapalcalco, es un cerro sencillo” dijeron, no pide mucho ¡Qué
realidad tan escandalosa, el cerro tiene personalidad! Esa naturalidad para
aceptar el animismo, la aprendí de los abuelitos otomíes Don Manuel Lorenzo y
Doña Cenaida; a partir de entonces cambio mi enfoque cada vez que me acerco al
monte, porque acepto que está vivo y que su lenguaje es telúrico y sutil a la
vez.
Los cerros con cavernas, son el acceso al mundo interior, a la morada de los dioses, donde el día y la noche son devorados, de donde la humanidad fue parida por las entrañas de la tierra. En la mitología otomí, los montes son los cuerpos de los abuelos gigantes, que un día se recostaron sobre la tierra para dar paso a la era del ser humano. Más tarde, los "Altepets" cerros de agua, eran los sitios fundacionales de las "Tollanes" (ciudades), lugares donde era posible la abundancia. Las pirámides construidas por nuestros ancestros, diseminadas a los largo y ancho del país, son evocaciones de los montes, puesto que en ellos el ser humano comenzó el contacto con lo sublime, en ellos, en lo más remoto, los tatas reconocieron la presencia de lo inefable y por lo tanto, todo templo (pirámide) era una representación de aquello sagrado. El cerro es un arquetipo principal para las culturas de Mesoamérica y sus derivados, como somos los mexicanos mestizos.
Por otro lado, recorrer y compartir Hupalcalco,
hablar de lo que ha existido (y existe ahí), de hacer Topializ: transmitir
aquello que nos compete preservar; me llevó a pensar, de manera pedagógica que
esa montaña de origen es también un dispositivo didáctico, un lugar de
aprendizaje; y en cierto modo lo es. Sin embargo, a esa manera de entender al
monte, le faltaba aún el complemento de la ancestralidad. En el pensamiento
nahuatl, tener personalidad significa poseer
un rostro y un corazón. Aceptar que Huapalcalco tiene personalidad, es
también aceptar que tiene Rostro y Corazón (Identidad y Emoción). Aún más,
tratándose del monte, considero que tiene varios rostros y corazones; los hay
quienes le han visto manifestarse como una mujer durante los solsticios, o como
una iglesia vieja, o como un niño, o aves, felinos, tepozanes, enjambres,
etcétera; todo aquello cuando es ocupado por la esencia del cerro tiene un cierto
“resplandor”.
De los tlamatinime
(sabios mesoamericanos) se decía: “son
una luz, una llama, una gruesa llama que no ahúma. Hace sabios los rostros
ajenos, hace a los otros tomar una cara, los hace desarrollarla. Les abre los
oídos, los ilumina. Es maestro de guías, les da su camino, de él uno depende.
Pone un espejo delante de los otros, los hace cuerdos y cuidadosos, hace que en
ellos aparezca un rostro... Gracias a él, la gente humaniza su querer, y recibe
una estricta enseñanza. Hace fuertes los corazones, conforta a la gente, ayuda,
remedia, a todos atiende.” Las palabras anteriores llegaron bien a tiempo
para reconocer en ellas la personalidad de Huapalcalco.
Es Huapalcalco un maestro sabio. Hay cinco términos en que describen conceptos educativos para el
pensamiento nahuatl, que vienen al caso para describir el quehacer de un maestro
antiguo. Invito a quienes lleguen a leer esto, a que los pronuncien en voz
alta para hacer sonar la flor y el canto:
Teixcuitiani:
que a los otros un rostro hace (una identidad);
Te-ix-tlamachtia-ni: que a los rostros de los otros da sabiduría;
Tetezcahuiani: que a los otros un espejo pone delante (conocernos
a nosotros mismos);
Netlacaneco: gracias
a él, se humaniza el querer de la gente;
Tlapolpachivita: hace
fuertes los corazones.
Esa visión de lo
que la educación debe hacer, me parece fantástica y al entrar en relación con
Huapalcalco, todo aquello sucede.
La esencia vital del cerro es incomprensible para mi
entendimiento, y, sin embargo, estoy seguro de que he sentido su personalidad manifestándose
en Acuerdos misteriosos. Estoy
seguro de que su influencia me ha permitido experimentar, allende el
tiempo y la profunda distancia que me separa del pensamiento antiguo, algo de la
sabiduría de los maestros de antaño, quienes buscaban que las personas pudieran
encontrar en sí mismos: “corazones firmes
como la piedra, corazones resistentes como el tronco de un árbol; rostros sabios,
dueños de rostros y corazones, hábiles y comprensivos.”
· * Miguel León Portilla, La filosofía náhuatl
estudiada en sus fuentes, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad
Autónoma de México, Ciudad de México, 2017
Saludos Aeljandro. Coincido contigo y creo que el exceso de modernidad, de pensamiento lógico tiene algunas consecuencias no deseadas. Por ejemplo desde la filosofía moderna, positivista, se ve al animismo como inmadurez, una breve singularidad del desarrollo epigenético de la inteligencia, según Piaget. El animismo es cosa de niños, cuando es también una forma de leer el mundo, por lo tanto una potencialidad no menor.
ResponderEliminarInteresante texto Paresh.
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