Espacio de convivencia propio, no ajeno
Asistir a un lugar donde las identidades remontan origen, donde lo que somos en está mundialización: se particulariza y se hace objetiva, como dicen los nahuas “donde un espejo se nos pone delante, donde surge un rostro y se fortalece el corazón”, es un privilegio. Estos lugares debemos visitarlos con alegría y habitarlos con alegre rebeldía, para compartir con uno mismo, con los ancestros y con la comunidad, compartir el júbilo con nuestros semejantes. De este modo he vivido Huapalcalco lo últimos quince años de mi vida.
Sin embargo, al
INAH le parece delictivo el acontecer de reuniones donde compartir aquello que
somos y que hemos sido. Celebrar un recorrido guiado, escalar en las peñas del
lugar, escuchar a una arqueóloga presentar el resultado de sus investigaciones
es un delito. Lo anterior dicho con conocimiento de causa, porque hemos sido
denunciados penalmente por hacerlo; pero eso será motivo de otro texto. Ahora me
parece importante señalar que cuando la institución se hacen presentes, pareciera
que la intimidad colectiva con un monte sagrado debiera sacrificarse. Dicho de
otra manera, cuando las instituciones públicas del Estado abordan un bien
patrimonial, lo primero que buscan es alejar a las personas vinculadas y hacer
una captura del espacio. Lo cual va en contra de las distintas oleadas de los
derechos humanos, que dictan lo neurálgico de entender e incorporar las
particularidades (la diversidad de minorías), para lograr mejores ejercicios de
Desarrollo, necesariamente Sostenible. Me gustaría un espacio arqueológico
cercano a la dinámica de un parque, donde existe la libertad de crear
convivencia sin restricciones ignominiosas, con reglas de convivencia, claro
está. Pero en la libertad de vivir con responsabilidad nuestro patrimonio
cultural.
Percibo a veces,
un enojo sordo entre nosotros, pero y todos somos pueblo y polvo al final de
cuentas. Tantos afanes humanos, algunos mezquinos y torpes, sin importar los
oropeles; otros tantos generosos y profundos. Esa discordia no cesará mientras sigamos
reproduciendo prácticas que nos invitan a ser ‘alguien’ más, buscar enérgicamente alejarnos de ‘los vencidos’, los
tercermundistas, los en vías de desarrollo; recuerdo aquel poema de Benedetti
“el sur también existe” y también se ama, se sufre, se sueña, se crea, se
recrea el mundo; las cosas verídicamente valiosas suceden en este territorio,
aunque no seamos Europa o Estados Unidos. A ese fenómeno de querer huir de lo
que somos y pretender ser aquello que no, se conoce como “Descentralización de
los sujetos”, pero de un tiempo para acá prefiero el concepto “Decolonización”.
Otro motor de búsqueda para estas ideas sería: Epistemología del Sur, que nos
invita a pensar las cosa desde otro lugar, a cuestionar el deseo irracional de
compararnos y/o competirnos; mirarnos desde lo que somos, contentarnos con lo
que nos constituye y desde ahí desear la utopía (¡Porque cuidado! Puede haber utopías
oscuras [Nada en contra del señor Tezcatlipoca, me refiero a oscuridad ajena],
cuando pensamos en todo lo que sería mejor si dejáramos de ser nosotros mismos:
como la “utopía” del Progreso que aún hoy sumerge en la colonización a nuestro
pensamiento).
Pensar desde del
giro decolonial es aceptar que la dignidad humana es prerrogativa de todos, y
que es igual de importante asumirla y defenderla. Que la dignidad humana es una
Emoción Fundamental, una forma transversal
de vivir corporalmente la existencia, y de afrontar la vida también. Lo ajeno
(la otredad) no limita, no pone en peligro lo que somos, ese pensamiento nos ha
llevado, a través de múltiples procesos históricos y culturales, a creer que la
homogenización de la humanidad es mejor alternativa, pero somos diversos y en
esa multiplicidad hay manifestaciones y reproducciones de la vida. Aceptar la
diversidad, es un acto de rebeldía (por
diversidad no solo me refiero a los movimientos mediáticamente visibles, sino a
todas aquellas formas que nos son ajenas
y con las cuales de algún modo, en cierta estadía, necesariamente coincidimos),
ver en todos seres humanos, semejantes, dignos de respeto puesto que yo me asumo
digno de respeto; desde ahí, las creaciones reproductoras de la vida (cultura),
de los semejantes valiosos, son manifestaciones que merecen admiración y
producen asombro. En el sur mundial (México es el Norte del Sur mundial) no
debería narrarse la historia de los vencidos, sino de la alegre e incansable
rebeldía.
Apropiarnos colectivamente de los espacios como huapalcalco para hacer comunidad, más aún cuando son espacios concernientes a nuestra historia e identidad, aunque nos tachen de usurpadores…me da tanto coraje ver como en otros continentes a plazas, patios, edificaciones y templos, espacios tanto o más antiguos que huapalcalco, se les considera aún espacios vivos y activos, no son “ruinas” contemplativas, por muy antiguos que sean, son útiles y se les da un uso más allá de simples reliquias institucionalizadas para admirar…mantener como comunidad esos espacios con actividades da un sentido de resistencia a nuestra propia identidad, una identidad viva que aunque quieran mantenerla dormida entre ruinas, sigue ahí, viva y esperando despertar…ánimos.
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