El cuerpo y el destiempo en Huapalcalco
Siento gran alivio recorriendo el monte ancestral de Huapalcalco, algo en
la movilidad letarga de ese espacio alivia mi corazón; el destiempo que
experimento ahí es un fenómeno estético, de la estética de la liberación para
ser preciso. El filosofo Dussel refiere ‘conmoción ante la belleza de la realidad’,
una serie de emociones fundamentales que simple y llanamente siento,
emotivamente ¿acaso corporalmente? Diré que sí, mi cuerpo está puesto en ese preciso momento y lugar. Es la atmosfera quizá, o el magnetismo del cerro
en función Theta vibrando vertiginosamente con una rítmica tal que descompone
el tiempo. Los antiguos de nuestro territorio pensaban que existen varios
tiempos confluyendo simultáneamente, el tiempo de los humanos y el tiempo de
los dioses, y que en algunos lugares se encuentran cómplices de la realidad. Por
eso hay tradiciones orales que encriptan ese fenómeno difícil de explicar racionalmente,
entonces el mito ayuda a transmitirlo: mitad símbolo lógico, mitad relato
sobrenatural. En Huapalcalco hay quien dice que aparecen las Iglesias Viejas, y quien entra en alguna de ellas, pasa minutos dentro, pero años transcurren
fuera (esta leyenda puede conocerse mejor aquí: https://youtu.be/QTqLESA8fjM). Es Huapalcalco, un
peligroso refugio, porque afuera, lo dinámico de la posmodernidad sigue su
vertiginoso ritmo, y a veces me cuesta sintonizarme de nuevo en el presente
convencional. Tres o cuatro veces a la
semana subo al monte de origen, a observar el vuelo de los gavilanes (a envidiar
el vuelo de los gavilanes); o templar el ímpetu de algún caballo brioso; o hacer Topializ y narrar lo que sé de
nuestra historia cultural, y sin reparar en ello, desaparece la terceridad del tiempo y experimento
alivio y alegría en algún girón inubicable de la espiral.
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